domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5

-Gracias por el bizcocho, mamá.
-No me las des. Cualquier cosa por mi niña.
Los besos de una madre eran interminables e inagotables. Hasta que no me dejase la mejilla como un tomate Cherry, no pararía.
-Mamá. Vale, vale. Me tengo que ir ya.- Sonreí intentando por todos los medios apartar a esa máquina del amor maternal.
Finalmente, y después de un rato, me soltó.
-Me están esperando.
-¿Steven? Dale un beso de mi parte.
-Mmmm… no exactamente. No es Steve quién me espera. Es… otra persona.
Mi madre me agarró del brazo arrastrándome de nuevo hasta la entrada del porche.
-Alto ahí, señorita, ¿otra persona? ¿Y quién es? ¿No me lo vas ha contar? ¿Qué ha sido de la confianza entre madre e hija?
Me reí y puse los ojos en blanco.
Ya estaba dramatizando. Como le gustaba la tragedia…
-Mamá…
-Nada de “mamá”.- Se burló de mi.
Una cosa era clara: no me dejaría ir hasta que no se lo contase todo.
-Es… un amigo que conocí hace poco. Quiere que comparta el apartamento con él. No tenía a donde ir…
-Y, ¿cómo se llama?
-Se llama James. Y no me preguntes más porque no voy a decirte nada hasta que sea todo definitivo.
Se cruzó de brazos y entonces la mamá amorosa desapareció para ser sustituida rápidamente por la mamá defensora.
-¿Aún no lo tienes claro? ¿Qué clase de chico es?
-Si lo tengo claro. Pero él aún tiene que hacer unas cuantas cosas que no son asunto tuyo para que sea definitivo.
-Vale. Está bien. Ha quedado claro. Vete.
Levantó las manos haciéndose la ofendida. Sonreí y la di un fuerte beso en la mejilla.
-Prometo que te lo presentaré cuando ya se haya instalado. Te llamaré.- Bajé del porche y caminé hacia la camioneta de Bill. Me giré para mirar a mi madre.
A pesar de la conversación con mi padre aquella mañana, yo seguía viendo a mi madre en perfecto estado.
Claro que resultaba ser todo una máscara.
-Cuídate, mamá.
Bill salía de la casa con las llaves en las manos. Le susurró algo a mi madre en el oído, a lo que ella sonrió e inmediatamente entró.

Bill me llevó hasta el apartamento. Aparcó frente al edificio y apagó el motor.
-¿Te acompaño hasta arriba?
-No, gracias. Voy a esperar aquí a fuera. Hoy viene alguien a dormir a casa.- Le dije.
Lo bueno de Bill es que jamás preguntaba demasiado.
Antes de salir de su destartalada camioneta, le miré con seriedad.
-¿Qué le has dicho a mamá cuando has salido?
Se apoyó sobre el volante y me miró, sonriente.
-Que fuese preparando el baño.
La repugnancia se vio reflejada en mi rostro.
-Por favor, Bill, ahórrate esos comentarios.
-Eh, tú has preguntado.
Salí del coche y sonreí antes de que se marchase.
-Cuida de ella, ¿vale?
Me guió un ojo.
Me aparté de la carretera y con un chirriante sonido a motor seco y viejo, la camioneta se fue zumbando calle arriba.
Saqué las llaves de casa. Me sentí acalorada después de estar toda la tarde en la cocina con mamá. Los vaqueros se me pegaban a las piernas y la camiseta estaba sudorosa por la parte de la espalda.
Haciendo caso omiso del consejo que James me había dado esa mañana, me recogí el pelo en un improvisado moño. Por suerte, y comúnmente en ésta época del año, la brisa nocturna comenzó a soplar.
Sopló contra mi nuca, refrescándome las gotas de sudor que mojaban mi piel.
Sentí un agradable escalofrío y decidí esperar a James sentada sobre los escalones del portal.
<<Mamá parecía estar bien>>

-Siento mucho la tardanza. No sabía que coche coger. El Ferrari o el Volvo.- Finalmente se había decantado por el Volvo y supe que lo había hecho para que no me sintiese violenta. Era de agradecer y debía reconocer que esos detalles me sorprendían. No imaginaba a James detallista y comprensivo. Al menos esa no fue la impresión que tuve de él cuando le conocí.
Me levanté de las escalerillas mientras que James terminaba de bajarse del coche, cargando con una mochila sobre el hombro.
-Espero que no te moleste…
Se refería a la mochila.
Negué con la cabeza y sonreí. Era raro, pero estaba contenta de volver a verlo.
-¿Subimos?- Le pregunté y sin más, subimos al apartamento. -¿Le has dicho algo a tu familia?
-Si.
-Y… ¿qué tal?
Solamente suspiró.
Introduje la llave en la cerradura de la puerta y abrí. Le permití pasar a él primero por educación y después entré yo. Cerré con llave y le observé mientras que se paseaba por el pequeño apartamento.
-Como me esperaba, mi madre se ha puesto histérica. A mi padre le daba igual siempre y cuando no descuidase mi trabajo y Kyle no se lo acababa de creer. Hasta que me ha visto con la mochila.- Dejó su pequeño equipaje sobre el sofá donde dormiría a partir de ahora.
-Bueno… podría haber sido peor, ¿no?
Sonrió y no me dijo nada más. Entendí la indirecta y cambié de tema centrándome en lo que de verdad nos importaba a ambos.
-Toma. Éstas son las llaves del apartamento. El casero no sabe nada de esto, así que… preferiría que de momento no le dijeses que vives aquí o me subirá la cuota del alquiler.
-Tranquila. No sabrá nada. Y por el alquiler, ya te dije que no deberías preocuparte.- Cogió las llaves de entre mis dedos y yo sonreí amablemente.
-Sólo tengo una copia, así que… asegúrate de llevarla siempre encima y de no perderla jamás.- Enfaticé.
-¿Jamás?
-Jamás.- Y volví a sonreír.
Era la cuarta o quinta vez que me hacía sonreír en lo que llevaba de noche. Había sido muy difícil estar toda la tarde con mamá, fingiendo que nada había pasado. Que papá no me había visitado esa mañana en la bombonería y que me había contado el porque de su regreso a Nueva York.
Se suponía que mamá era la única que sabía que papá estaba en la ciudad…
-¿Has cenado?
Me preguntó y yo asentí.
-Si. Mi madre tenía cena de más y ha insistido en que me quedase. No sabes lo pesada que se pone cuando voy a su casa. Si por ella fuese, me encadenaría a la pata del sofá.- Carraspeé. -¿Y tú?
Si. Con mis padres. Mi madre casi se atraganta con la ensalada César cuando les conté mi repentina independencia.
-Y tardía.- Añadí y ésta vez fui yo quién le arrancó una sonrisa a él.
-Más vale tarde que nunca.-. Se encogió de hombros. –Puede que sea el destino quién nos ha juntado.
-¿Crees en el destino?- Levanté una de mis cejas, curiosa por conocer su respuesta. Conocer más de la misteriosa y atareada vida de James Steel.
-Creo que es toda una suerte que mi coche haya chocado con tu moto.- Se cruzó de brazos e inclinó su cuerpo hacia delante, venciendo su rostro al mío. Todo con movimientos lentos y sensuales. Con los que cualquier chica se habría desmallado.
Pero yo no era como las demás chicas a las que James estaba acostumbrado. Chicas que se hacían ilusiones y fantaseaban con el endiablado y angelical chico guapo de revista. El chico con coche propio, forrado de dinero y con el poder absoluto de lanzarte a la fama y convertirte en reina durante una noche.
Después, si te he visto no me acuerdo. Se acabó el cuento.
Aquellas palabras en mi mente me hicieron reaccionar de manera automática.
Me aparté dando un paso hacia atrás. No quería ofenderlo, pero tampoco me había propuesto ser su nuevo juguetito. Sólo y exclusivamente compañeros de piso.
-Respecto al baño… -Señalé la puerta con vidriera que estaba al lado de la entrada a la cocina. James también la miró, siendo arrancado de su fantasía personal y de la que yo no formaría parte. -… creo que deberíamos establecer algunas normas. Sólo hay un baño y ahora dos personas.
-Oh, ya sé a lo que te refieres. Tranquila, a mi no me importa que entres mientras me ducho.
-Ya, pero a mi si. Y quiero dejarlo claro.- Me miró.
¿Le habría molestado mi comentario? Quizás pensase que era una especie de mini tirana y que únicamente se haría lo que yo dijese. La idea resultaba tentadora, pero no. Yo me consideraba muy objetiva en todo.
-¿Cuál es tu idea?
-He pensado que podríamos utilizarlo por turnos. A mi gusta más ducharme antes de acostarme. Quizás tú podrías hacerlo por las mañanas… si te parece bien. Tampoco quiero ser yo la que imponga las normas. Me gustaría conocer tu opinión…- Tomé aire y suspiré muy lentamente.
Ahora venía la parte en la que James me mandaba a la mierda y me decía que para recibir órdenes prefería volver a su casa…
Pero no ocurrió.
Sonrió conforme. Incluso me dio la vaga impresión de que se estaba divirtiendo con todo esto.
-Me parece bien. Es tu casa. Son tus reglas. Yo me ducharé por la mañana.- Me guiñó un ojo.- Te prohíbo mirarme a escondidas.
-De eso se trata, James. De respetar la intimidad del otro.- Di la conversación por acabada.
James se acomodó sacando sus pertenencias de la mochila y entre los dos abrimos el sofá, que, efectivamente se convertía en cama.
A falta de algún que otro juego de sábanas, tuve que darle una manta grande.
-No es que haga mucho frío, precisamente, pero… algo es algo.
-Gracias por procurarme un buen sarampión.- Bromeó y yo puse los ojos en blanco. Aún así, aceptó la manta.
Mientras que James terminaba de instalarse, yo entré en mi habitación en busca de un almohadón que prestarle.
Cogí el más nuevo que encontré, aún metido en un envoltorio de plástico.
Nunca antes había tenido visita, a excepción de Steven. Pero eso no contaba, porque Steven y yo siempre habíamos compartido mi cama.
Regresé, desenvolviendo la almohada. Me quedé paralizada en el sitio, junto a la puerta de mi dormitorio cuando levanté la mirada y sorprendí a James quitándose la camisa, desnudándose delante de mi…
Bueno. Tanto como desnudarse…
La prenda cayó a lo largo de su ancha espalda. Despacio. Muy despacio. A cámara lenta. Como sin alguien, quién quiera que dirigiese el destino le hubiese dado al botón de ralentizar. Ese en el que juraba “la penosa vida de Max”.
Mis ojos siguieron el descenso de aquella prenda inútil. Ahora únicamente lo que hacía era estorbar.
Sin control ninguno sobre mis acciones y la vocecita de mi cabeza recordándome una y otra vez quién era ese chico, le miré. Prácticamente me lo estaba comiendo con los ojos. Me fijé en cada detalle. En la anchura de sus hombros. En la musculatura de sus brazos, en el rosáceo de su piel. En cada lunar, en la hendidura de la columna en medio de la espalda, en cada movimiento…
Dios.
¿Había hombre mejor moldeado que aquel que se descamisaba delante de mi?
Los dedos de la manos me bailaron y la almohada que sujetaba vagamente, se escurrió como una pastilla de jabón.
El plástico se hizo notar con su peculiar y molesto ruido, lo que provocó que James se girase de cara a mi y yo me muriese de la vergüenza. Sonreí como una boba, agachándome en busca de la almohada perdida –y de mis bragas de no ser porque estaban bien sujetas bajo el pantalón – sin atreverme a levantar la cabeza y mirarle directamente.
Se daría cuenta de mi rubor.
“Hasta un ciego se daría cuenta de tu desvergüenza por mirarle de ese modo, Maximill.” Eso gritaba la vocecita de mi cabeza…
-Se me ha escurrido… que torpe…- Sacudí la cabeza. Tal vez así podría liberarme de ese ardor persistente en mis mejillas y que acaloraba todo mi rostro.
James se agachó frente a mi. Agarró el almohadón y yo el dichoso plástico, aplastándolo inconscientemente entre mis dedos a causa de los nervios.
-¿Tienes suficiente con eso?- Le pregunté, señalando la almohada entre sus manos.
La miró un instante antes de lazar las cejas y menear la cabeza en gesto de negación.
-La verdad es que no. Preferiría mi osito de peluche, pero bueno… tendré que conformarme.- Golpeó la almohada con las manos, atusándola y finalmente la dejó caer sobre el sofá/cama.
-Espera. Tengo unas cuantas fundas en el armario. Ahora te las traigo.
-No, Max. En serio. Así está bien.- Aparecí al momento, con la funda para la almohada. Era de un tono azulado, con la tela algo desgastada por el continuo uso.  Pero limpia, al fin y al cabo.
Me acerqué hasta la cama y extendí la funda.
-Esto no es necesario. Tanta atención…- Sonrió abrumado antes de continuar.- Es mi primera noche. Ya me encargaré de traer fundas, sábanas y demás cosas de mi casa.
-Y por esa razón, por ser tu primera noche aquí, quiero que te lleves una buena impresión. Soy muy buena anfitriona cuando me lo propongo.- Correspondí a su sonrisa. James estaba justo ahí, frente a mi. Escaseaba la distancia, pero no me sentí incómoda. Tuve que alzar la vista para poder mirarle a los ojos. Era raro…
-Te lo agradezco. Juro que te lo compensa… ¡Ah!- Gritó y yo también grité a causa del sobresalto.
¿Por qué gritaba? ¿Y porqué gritaba yo?
No lo entendí al principio. De lo único que me di cuenta es que hacía unos segundos estábamos de pie y ahora nos encontrábamos tendidos sobre la cama. Uno encima del otro. Concretamente James encima de mi, con todo su cuerpo esculpido por dioses encima del mío aún sudoroso por el calor en la cocina de mi madre y por el que me producía aquella situación…
Le miré directamente sin saber que hacer, si pedirle que se levantase o disfrutar un poco de la oportunidad de sentir a alguien como James tan cerca a mi…
Con las manos sobre sus hombros desnudos y las suyas en mi cintura.
-¿P-por qué has gritado?- Tartamudeé.
¿Estaba tartamudeando? Yo nunca tartamudeaba.
-Algo… algo me ha rozado los pies. Algo caliente. Ha salido de debajo de la cama.
Levanté ambas cejas, con actitud perpleja. Confundida y sin llegar a creerlo.
-¿Qué algo te ha rozado? ¿Me estás vacilando?
-No, no, no. Te juro que es verdad. Ha salido algo y me ha tocado los pies. No sé que coño era…
-Esa boca.
-Si. Perdón.- Carraspeó.- No sé lo que era.
Algo caminaba a los pies de la cama. De un elegante brinco se subió sobre ella y caminó con sus cuatro patitas peluditas hasta nosotros. Olfateó la cara de James y maulló.
Reí. Reí como nunca. Mi vientre se convulsionaba bajo el de James y las piernas comenzaban a entumecerse debido a la postura, pero me daba igual.
-¿Tienes un gato?
Negué con la cabeza mientras hacía intentos por cesar de reír.
-No es mío. Es de mi vecina. Viene a refugiarse aquí en busca de leche ¿Te has asustado con un simple gato?
-No tenía ni idea de que fuese un gato.- Se levantó y me ayudó a mi a levantarme de la cama, tirando de mi mano.
La funda de la almohada se había arrugado. La estiré con las manos y cogí al gato entre mis brazos.
-¿Tiene nombre?
-No lo sé. Ni si quiera lleva collar. Sé que es de mi vecina porque su nieto se dedica a quemarle la cola al pobre animal, ¿ves?- El acabado pardo de la cola del gato estaba churruscada, indicios de que habían jugado a prenderle fuego.
Me retiré hasta la cocina donde le serví un tazón de leche. Le acariciaba el suave lomo cuando James reapareció con una maraña de ropa sucia entre las manos. Incluidos los pantalones.
Intenté por todos los medios no mirarle directamente. Luché contra mis impulsos más primitivos y salvajes. Borré de mi mente cualquier atisbo de pensamiento calenturiento y me centré en lo que llevaba en las manos.
-¿Dónde puedo dejar esto?
Me costó lo mío no entretenerme con aquellos bóxer ceñidos, pero finalmente lo conseguí.
-Puedes dejarla en aquel cesto.- Señalé detrás de la puerta donde descansaba un recipiente de plástico blanco que compré en una tienda de todo a un dólar. – Aquí no tenemos lavadora. El apartamento es demasiado pequeño. Si quieres lavar la ropa, tendrás que venir conmigo a la lavandería que hay al otro lado de la calle.
Asintió y arrojó la ropa al interior del cesto.
-Debo reconocer que esto es un cambio grande. Pero… me gusta.- Sonrió y me dedicó una última mirada antes de marcharse a la cama.
Fue una mirada diferente. Una mirada que me puso el vello de punta. De una manera agradable.

Me estremecí…

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4


¿Por qué cuando esperas algo tan ansiosamente parece que las horas pasan segundo a segundo?
Quizás sería la décima o undécima vez que miraba el reloj de mi móvil.
Sólo marcaban las doce menos diez y James no vendría a recogerme hasta la una.
¿Por qué me sentía así?
¿Por qué esa necesidad de volver a verlo?
James no me caía bien… tampoco me desagradaba.
No podía dejar de darle vueltas a la última conversación. James pretendía venir a vivir conmigo…
Bueno, Max. No te hagas ilusiones. Él solamente ha sugerido que compartáis apartamento.
Fuera como fuere, tendría que convivir con él. El mismo capullo que en su día atropelló mi moto y se rió de mi…
Y, si accedía, únicamente sería por cuestión económica. No me interesaba nada más.
¿Qué podría interesarme de él?
Tan sólo hacia cuatro días que le conocía…
-Se te sale el chocolate.
-¿Qué?
-¡El chocolate, Max!
Volví a la realidad y observé mi mano sosteniendo el cucharón con el que daba vueltas al preparado especial para bombones. El chocolate hervía, rebosaba por los bordes y se estaba quemando.
-¡Mierda!- Apagué el fuego. Con un paño húmedo retiré la olla de la vitrocerámica y la arrojé al fregadero. Mientras tanto, la señora Chang me gritaba.
-¡Más atenta! ¡Más atenta!
Hundí las manos en agua fría y suspiré de alivio.
-Si, si. Perdón. Lo sé… más atenta.- Repetí para hacerla callar, pero ni con esas.
Cerré los ojos mientras que el agua trabajaba como un bálsamo sobre mis manos doloridas por el calor de la olla.
-Chocolate quemado. No vale.
Miré a la señora Chang de reojo. Arrojó el chocolate quemado por el desagüe y con una espátula de madera rascó el fondo del recipiente.
Una vez me sentí mejor, saqué las manos del cuenco con agua y me sequé en el delantal.
-Lo siento señora Chang. Volveré a preparar la receta.
-¡No, no! Tú a vender. Yo, receta.
Asentí, sin atreverme a replicar. Tampoco es que tuviese intenciones.
¡Qué remedio!
La señora Chang era tan menudita como un niño de diez años, pero sus collejas eran como hoy y mañana de grandes.
Dejé a mi malhumorada jefa en la cocina despotricando contra mi en su incomprensible idioma natal, y me aventuré a la venta.
Admiraba con que valentía compraban los clientes los carísimos bombones de la señora Chang. Claro que, sus clientes no eran cualquiera…
Adorné el mostrador con las bandejas listas y preparadas con toda la variedad de nuestro surtido.
Me aseguré de que hubiese cambio en la caja registradora, y sobre todo, traté de estar centrada.
-Una caja de bombones de Mouse de chocolate y aparte un beso de la chica más guapa de la tienda, por favor.
Levanté la mirada y sonreí tras el expositor. Vi la agradable cara de un hombre de unos cincuenta años, algo cano, con escaso bigote y dulces arrugas que surcaban sus ojos oscuros al sonreírme.
-¡Papá!- Me alegré tanto de verlo que salté por encima del expositor y me lancé a sus brazos. Me hundí en su pecho y aspiré su inconfundible olor a clorofila.
Me rodeó con sus brazos y yo lo besé en la cara.
-¿Qué haces aquí? Pensaba que no volverías hasta navidades. Ya lo tenía todo preparado para volver a Italia contigo.- Su sonrisa desapareció progresivamente y sus brazos dejaron de apretarme. Me acarició con ternura y yo supuse que algo no marchaba bien. -¿Qué pasa? ¿Va todo bien por Italia? ¿Tú estás bien?- Asintió y suspiró.
-Si. Yo estoy bien y por Italia todo está como siempre. Lo que me ha traído a Nueva York es tu madre.
Fruncí el ceño y sostuve una de sus manos entre las mías.
-¿Mamá? ¿Qué le pasa? Anoche estuve con ella y todo me parecía normal…
-Me llamó hace unos días y me dijo que no se encontraba bien. Me necesita y, bueno… aquí estoy.
Solté su delgada mano y regresé tras el expositor. Lo bueno siempre dura poco y que razón tenía quién lo dijo…
Le miré desde detrás del mostrador, como si las mamparas me sirviesen de escudo ante el dolor de sus palabras.
-¿Te llamó para qué vinieses y no me dijo nada? ¡Papá! Tú tienes mi número, ¿por qué no me llamaste?- Perdí la calma. Él me mandó callar igual que a una chiquilla, llevándose el dedo a los labios. -¡No! No me trates como a una cría y dime que pasa con mamá.
Fui gravemente directa, pero nada en comparación con la respuesta que me dio él.
-Ha recaído, Maxy. Bill no sabe nada. Ella… lo mantiene en secreto para no haceros daño. Pero me llamó y me dijo que había vuelto a consumir…
De repente, todo mi mundo se fue a la mierda. Me sentí como en un bucle que se repetía una y otra vez. Todo se desvanecía.
Steve, James, mis fotos…
Sentí una fuerte presión en el pecho.
Bajé la cabeza y cerré los ojos.
-¿Qué ha consumido?- Mi padre vaciló. Murmuraba y mantenía la mirada fija en sus manos. Como un niño al que reprendan; no se atrevió a decir nada.
Suspiré tratando de recuperar el control y no desmoronarme.
-Está bien.- Dije algo más sosegada, pero sin mirarlo.
-Lo siento, Maxy. Tu madre me lo hizo prometer. No puedo contarte más.
Tomé una decisión. Quizás no fuese la más acertada…
Salí de detrás del mostrador.
-Iré a verla.
-No. No, por favor. No vayas.- Me detuvo. Me agarró del brazo y me miró con súplica en los ojos cansados.
-Como entenderás, no puedo quedarme de brazos cruzados, papá. Es mi madre.
-Si vas ha verla, sabrá que te lo he contado todo y no dejará que la ayude. Por favor, Max. No te pido que le des la espalda, pero…
-Quieres que continúe con mi vida como si nada…- Atajé.
Miré a mi padre.
El corazón se me encogía y es que, nunca le había visto tan afectado. Ni si quiera cuando él y mi madre estaban casados.
Tenía los ojos ensombrecidos, marcados por oscuras ojeras. Las arrugas de su rostro deformaban por completo su imagen de hombre serio y fuerte.
No parecía el mismo hombre que yo recordaba cuando era pequeña.
Recapacité y agarré una de sus curtidas manos con las mías.
Cuando me miró, sonreí.
-Está bien, papá. No haré nada, pero… a cambio te pido que me mantengas informada y que si empeora...- Me respondió  con un fuerte y paternal apretón de manos. Sonrió y asintió. Me besó y no dijo nada más.
Se marchó de la tienda y la imagen era desoladora. Un exmarido aún enamorado y destrozado.
Un padre con malas noticias para su hija…
Y una hija impotente y sin saber muy bien que hacer.
Se montó en el coche y se alejó hasta que le perdí de vista.
Cerré los ojos y estuve a punto de derrumbarme de no ser por mi carácter fuerte y mi temple, que sabían actuar en los momentos más oportunos.
Las lágrimas hacían todo lo posible por salir, pero las reprimí y convertí ese dolor en rabia…
A punto estuve de destrozar la mampara del mostrador a puñetazos, pero la señora Chang salió y me ordenó regresar de nuevo a la cocina.
Obedecí y el olor a chocolate fue el más desagradable de todos los olores desagradables del mundo.
Como algo tan dulce se convertía en una pesadilla y en tan poco tiempo.



Las doce y media y no lograba quitarme a mi madre de la cabeza. Había sustituido una obsesión por otra. Y no sabía cual era peor…
Si mi repentina e inaudita obsesión por el guaperas de James, o la recaída de mi madre.
Supongo que ambas obsesiones eran perjudiciales a su justa medida.
Como era perjudicial también perder el trabajo por culpa de mi mala concentración. Por lo menos el chocolate había cocido bien esta vez, alcanzando su perfecto espesor.
Coloqué los moldes y vertí con una cucharilla el chocolate ardiendo en el interior de cada pequeño recipiente.
-Bien, bien. Ahora bien.
La señora Chang me sonrió y acarició el hombro.
La miré mientras se alejaba hacia el interior de la tienda con una bandeja para reponer los bombones que se habían ido acabando durante la jornada.
No era tan mala pécora como aparentaba ser. Ella sola, llevando un negocio en Brooklyn…
Regresó a la cocina con las manos vacías y una sonrisa sospechosa en sus pequeña boquita curtida con el paso de los años.
-Chico guapo. Pregunta por ti.
Señaló el interior de la tienda.
¿Qué hora es?
No eran ni menos cinco y James ya estaba esperándome…
Me quité el delantal y la señora Chang me empujó con insistencia para que saliese.
-Ve, ve. Chico guapo espera.
-Vale, si. Ya voy, pero no me empuje, señora.
Salí por fin y allí estaba él. Inclinado sobre el mostrador y viendo un catálogo de los surtidos que ofrecí la “Bombonería Chang”.
-No es la una.- Me miró y sonrió.
-Lo sé. Pero no he podido resistirme… -¿Resistirse a venir a verme? ¡Caray! ¿Tanto le gustaba?- …a probar estos bombones. Son exquisitos.
Tenía un bombón entre los dedos.
Había gato encerrado. Me había hecho ilusiones como una universitaria enamorada.
Que gilipollas…
Fruncí el ceño y le propiné un manotazo antes de que pudiese disfrutar de la “exquisitez”
-¿Piensas pagarlo?- Señalé la caja de bombones que estaba devorando como si no hubiese un mañana y que –hasta que no me había acercado al mostrador- no había visto.
-Es un regalo.
-Embustero. La señora Chang no hace regalos. Por cobrar, cobra hasta los buenos días.- Me apoyé en el mostrador, frente a James.
-Dice que soy guapo.
Alzó las cejas y cogió un nuevo bombón.
-¿Y por ser guapo te crees con derecho a comer bombones sin pagar?- Acercó el dulce hacia mis labios sin borrar esa sonrisa que me producía escalofríos. –Sólo me gustan los de vainilla.
-¿Sólo los de vainilla? ¿No te gusta el chocolate?
Sonreí. Al final abrí la boca comiéndome el bombón que James me ofrecía, directamente de entre sus dedos.
-Aún me falta tiempo para salir. Me toca cerrar, ¿qué haces aquí tan pronto?
-Ya te lo he dicho. Quería probar tus bombones.
Se metió otro en la boca y cerró la caja a regañadientes. Sacó la cartera del interior de sus pantalones y extrajo un billete de diez dólares.
-¿Me cobras?
Enarqué una ceja, confusa y perpleja.
¿No había dicho que era un regalo?
Cogí el billete y lo guardé en la caja registradora. Le devolví el cambio y le miré entrecerrando los ojos.
-¿Seguro qué solo has venido por los bombones?
-Bueno. Esto es una bombonería, ¿no? ¿Por qué otra cosa iba a venir?
Enrojecí. No sé si de rabia o vergüenza.
Aparté la mirada y carraspeé como dando a entender que en realidad no me importaban sus motivos ni que los bombones fuesen su verdadero interés, y no yo.
-Espera.- Se quedó pensativo y mirándome con atención. Sonrió progresivamente a medida que sus macabras ideas tomaban forma en esa cabecita suya. -¿Pensabas que había venido por ti?
El rubor aumentó quemándome las mejillas. Fruncí el ceño y me puse nerviosa.
¡Mierda, Max! Ha dado en el clavo.
-N-no te hagas ilusiones. No eres tan importante para mi.- Y encima me hacía la orgullosa y era arrogante.
Rió y me miró.
-Creo que no soy el único que se ha hecho ilusiones ¿Estabas esperándome?
-¿Y para qué tendría que esperarte yo a ti? Tengo cosas más importantes que hacer. Como trabajar, por ejemplo.- Fruncí el ceño. James no cesaba su risa y mofa. –Deja de reírte de mi, ¿quieres? Si estaba esperándote era para hablar sobre la tontería de compartir el apartamento. Y la respuesta será “vete a la mierda” si sigues riéndote de mi.
Cesó de inmediato, aunque la sonrisa seguía allí, torturándome.
-Perdona. Oye, vayamos a comer. Invito yo y seguro que la señora Chang deja que hoy salgas antes.
Y, así fue. Unas palabras amables, algo de peloteo barato, un guiño de ojo y la señora Chang pasó de ser una dominante jefa a transformarse en una dulce ancianita.
James tenía mucha picardía. Eso era innegable y, gracias a él, pude salir antes del trabajo.
-¿Dónde vas?- Me preguntó cuando salí y vio que me dirigía hacia el lado contrario. Señaló el Volvo y yo negué con la cabeza.
-Iremos a pie. El sitio donde quiero comer está aquí al lado.
Con un ligero movimiento de cabeza, le indiqué que me siguiese y él respondió como un cachorrillo que es llamado por su ama.
Caminó a mi lado y en un descuido por mi parte, James agarró los palillos que sujetaban mis cabellos en un moño y me los arrebató.
El pelo cayó suelto y desperdigado sobre mis hombros y espalda.
-¿Qué haces?- Le pregunté azorada. Simplemente me sonrió, contemplando mis tirabuzones negros.
-Me gusta más así. Tienes un pelo muy sexy. No deberías recogértelo nunca.
Alcé una de mis cejas y acto seguido reí. El rubor ya no era tan intenso y mucho menos después de sus palabritas.
-¿Tengo un pelo muy sexy? ¿En serio? ¿Dónde has aprendido a hablar así?
-¿Qué pasa? Era un cumplido. No hace falta que analices todo lo que digo. Solo quería ser amable.
-Vale. Lo siento.- Me disculpé y coloqué mi melena sobre un hombro. –Tú también tienes un pelo muy sexy.
Estallé en carcajadas.
-Ha quedado claro. Soy un cursi.- Me miró mientras me reía con mucha naturalidad y, por un largo periodo de tiempo, me contempló con ternura en los ojos. Como si estuviese viendo algo fascinante y enternecedor por primera vez.
-¡Allí!- Señalé.
-¿Allí? ¿Un McDonald´s?
-¿No te gustan las hamburguesas?
-Si. Pero las caseras. Nunca he probado las de aquí?
Ahora si que estaba segura de que la vida de James no debía ser muy entretenida. No es que yo fuese el alma de las fiestas precisamente, pero, ¿quién no ha ido a un McDonald´s alguna vez en su vida y más teniendo tanta pasta?
Muchas reuniones y muchos locales privados, pero en realidad la diversión se encontraba en las calles.
-Pues entonces no te dejaré ir sin que pruebes al menos una.- Le agarré de la mano y tiré de él hacia el restaurante.
El olor a hamburguesas y patatas fritas inundaba todo el local y nos envolvía haciendo que me rugiese el estómago.
Sonreí.
-Invitas tú.
-Que remedio.



Minutos más tarde, nos encontrábamos sentados en una de las mesas más retiradas. Uno frente al otro.
Me dedicaba a embadurnar la carne de la hamburguesa con Ketchup mientras que James me observaba con cara de imbécil.
-¿Qué ocurre? ¿Has visto un fantasma?- Me chupé uno de los dedos manchados por la salsa de tomate.
-No. Solo que… nunca había visto a una chica comerse una hamburguesa de ese tamaño.
Miré la hamburguesa. Pues… a mi me parecía de las más normales.
Sonreí y cerré la carne entre los panes y apreté dejando que el Ketchup se desparramase por los lados.
-¿Qué comen las chicas en el mundo en el que vives? ¿Lechuga?- Solté una risotada.
-Bueno… suelen variar.
-¿Varias? ¿En serio? ¿Entre qué? ¿Una zanahoria y un trozo de pan integral? He visto a chicas de tu clase comportarse y te aseguro que no saben lo que es comerse un buen filete en salsa con sus patatas asadas. O un plato de pasta italiana gratinada hasta arriba…
-O unos bombones de vainilla.- Me interrumpió y sonreí.
-Si vas a vivir conmigo, tendrás que acostumbrarte a la comida de verdad. Los viernes por la noche no cocino. O comida China o alitas en salsa barbacoa.
Una sonrisa fue dibujándose en su rostro a medida que iba contándole mi plan de vida a todo lujo… sin lujos.
-Entonces… ¿está hecho? ¿Compartirás el apartamento conmigo?
-Si. Pero tengo condiciones.
-Por supuesto. Tú me dirás.
-Primero… quiero saber porque quieres venir a vivir a un barrio como el mío cuando seguramente disfrutas de mansiones, cuadra con caballos, garaje propio, piscina…
Suspiró prolongadamente. Le miré y entendí que tal vez había metido la pata por preguntar.
Su sonrisa había desaparecido.
-Puede que en mi vida no me falte de nada. Pero… me sobra todo. Mi padre es dueño de una gran empresa. Mi madre se codea con los mejores diseñadores y yo… algún día heredaré todo eso. Es todo un comecocos y en lo único que se me permite pensar cuando estoy entre esas cuatro paredes en el dinero que voy ha ganar y en que debo invertirlo.
-¿Lo has hablado con ellos?
-No…
-¿Y porqué no lo haces? ¿Por qué no les cuentas como te sientes?- Volvió a suspirar y recostó la espalda contra el asiento.
-Nunca están. Quiero decir que… están físicamente pero no escuchan. Están demasiado ocupados en sus trabajos como para lidiar con los problemas que pueda tener un joven prometedor como yo. Según mi padre, ¿qué problemas puedo tener si tengo todo cuanto deseo?
-Es muy cruel.- Casi susurré para mi misma que para él.
Imaginar una situación así no era tan difícil. Al menos hablando desde mi propia experiencia.
Papá se marchó. Mamá y sus problemas de adicción y Bill… en definitiva él no tendría porque interesarse por mi.
-Perdona si estoy siendo demasiado melodramático. En resumen; tengo dinero pero me apetece cambiar de vida. Quiero compartir todo lo que tengo con alguien más. Contigo.
El estómago me dio un vuelco. De repente el apetito desapareció y el rubor regresó a mis mejillas.
-¿P-porqué yo? Yo no soy nadie. Solo soy una chica más que vive sola y debe dinero a prácticamente todo Brooklyn. No lo comprendo ¿No tienes amigos? ¿Qué me dices de aquellos tres que estaban contigo la mañana del “accidente”?
-Esos son tan solo tres gilipollas más que les interesa el tamaño de mi cartera y que les presente chicas guapas. Si alguna vez me ocurriese algo, ellos se lavarían las manos, ¿comprendes? En mi “mundo” no existen los amigos de verdad.
Esa última frase me hizo reflexionar.
Me crucé de brazos y miré a James. Un James que pretendía ser sincero conmigo.
-¿Y qué te hace pensar que yo soy diferente? Estoy sin blanca y de la nada apareces tú con millones en los bolsillos. Puede que yo también sea una interesada.
-No lo eres.
La respuesta tan inmediata me dejó casi petrificada en la silla. Parecía estar seguro de lo que decía.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
-Lo noté. No aceptaste el seguro para la moto. Tampoco el trabajo que te ofrecí. Es más, incluso te sentiste ofendida. No todos hacen eso, Max.
-No me conoces. Hace tan solo unas horas pensaba en ti de ese modo. Únicamente acepto que compartamos apartamento por motivos económicos. Si no pago lo que debo me echarán a la calle.- Extrañamente, mis palabras y mi excesiva sinceridad no le afectaron.
Sonrió.
-¿Ves? Tus motivos son distintos. Lo haces por necesidad. Ellos… por vicio.- Se encogió de hombros y a continuación cogió una patata frita que se llevó a la boca mientras que yo le miraba e intentaba comprender su confuso análisis respecto a mi.
¿A caso no era lo mismo la necesidad y el vicio? La necesidad conducía al vicio y viceversa…
No quería etiquetarme de interesada, pero, debo admitir que el dinero fue lo primero que me vino a la cabeza esa mañana cuando apareció con su oferta.
Quitarme de encima al señor Franklin pagándole todo lo que le debía, y Steve…
-¿No comes?
Miré la hamburguesa intacta sobre la mesa, frente a mi.
Asentí y comencé a comerla con tranquilidad.
No volví a mencionar palabra mientras que almorzábamos. La seriedad de James me había dejado impresionada.
¿Porqué confiaba en mi con tanta facilidad? ¿Sería así con todo el mundo o solamente conmigo?
Él mismo había admitido que sus padres mucho caso no le hacían y que sus “amigos” en realidad no lo eran tanto.
¿Y Kyle? ¿Tampoco podía confiar en él?
¿Tan desesperado estaba que buscaba consuelo en una completa desconocida?
Muchas preguntas y muy poco tiempo para contestarlas a todas.
-Ya que no lo dices tú, lo haré yo ¿Cuáles son las condiciones?
-Aún no he pensado en ellas, pero… supongo que las que existen en todas las casas.
Había terminado mi hamburguesa hacía ya un rato y James devoraba la última patata cuando volvió a dirigirse a mi.
-¿Estás bien?
Asentí, aunque no muy conforme conmigo misma.
-Si.
-Vale, ¿Cuándo te vendría bien que me trasladase?
Suspiré profundamente y pensé.
Vaya, todo esto iba en serio. Aún no me lo creía…
-¿Saben tus padres que te marchas?
A sabiendas de que podría meterme en un lío, pregunté.
-No. Se lo diré hoy. Aunque con el caso que me hacen…
-Pues… entonces… ven esta noche. Trae únicamente lo que necesites y mañana vuelves y recoges tus cosas. Yo haré espacio en el armario. No es muy grande, pero nos las apañaremos.
-Qué decidida.
Me ruboricé. Ahora que lo pensaba, había sido demasiado impulsiva y James se dio cuenta.
¡Cualquiera lo habría notado, tonta!
Prácticamente les has lanzado las llaves de tu casa…

Sonrió y se levantó recogiendo la bandeja. Yo le imité.
Salimos del restaurante y miré hacia la calle. James había dejado el Volvo aparcado frente a la bombonería.
-¿Y el Ferrari?
-Lo he dejado en casa. El Volvo es de Kyle. Pensé que sería más discreto y no me odiarías tanto si prescindía de él unas cuantas horas.
Solté una risotada y ambos caminamos de vuelta a la bombonería.
El paseo fue más corto de lo que yo desearía. James sacó las llaves del coche y jugó con ellas entre los dedos.
-¿Te llevo a casa?
-No, gracias. No voy a casa. Quiero pasar por casa de mi madre. Bill me acercará en su camioneta después.
Se resistía a apretar el botón del mando del coche y yo, me resistía a marcharme. Le miré y me acerqué un paso.
Tuve que ponerme de puntillas para alcanzar su mejilla y besarlo.
El contacto fue breve, pero muy suave y eléctrico. Sentí el aroma a perfume de hombre y el sabor dulzón de la loción de afeitado en los labios.
Me ruboricé, agaché la cabeza y disimuladamente me mordí el labio inferior.
Ese beso no iba destinado a la mejilla…
James carraspeó y finalmente pulsó el botón del mando. El seguro del coche se desactivó con un “clic” y James abrió la puerta.
Me aparté y me atreví a mirarle desde la distancia. Como si eso disimulase mi rubor…
-Ten cuidado por el camino.
Me dijo. Sonrió y se metió en el coche. Cerró la puerta y antes de arrancar, me miró guiñándome un ojo.
-Tú también. Esta noche… te veo.
Aceleró y se marchó.

Yo me volví a sumergir en mis pensamientos. En ese beso que con tantas ganas le había dado.
¿Agradecimiento, tal vez?
¿Pena?
James era diferente, por completo, al chico que conocí hacía menos de una semana. Quería pensar que realmente él era así. Que no actuaba y que existía un James humano detrás de esa fachada de niño rico.

Tampoco quería esperanzarme.